viernes, 11 de enero de 2013

Reflexiones sobre la sociedad patriarcal



Cuando hablo de la sociedad patriarcal, su definición y sus efectos sobre nuestras vidas, muchas personas se escandalizan y creen que mis ideas son machistas y discriminan a la mujer, pero es justo lo contrario lo que pretendo. Lo que intento transmitir es que los valores femeninos se tienen que re-valorizar. Por ello, quiero explicar aquí cual es mi idea:

De momento hay dos términos que he utilizado y que comúnmente se utilizan, pero que creo que requieren de más explicación: “sociedad patriarcal” y “valores (femeninos, masculinos)”.

Las sociedades patriarcales, históricamente han ido surgiendo poco a poco desde el Neolítico, desde que los humanos empezaron a ser sedentarios y a cultivar la tierra, consolidándose desde la Edad Antigua hasta hoy en día. Anteriormente, en el Paleolítico, el hombre de Cro Magnon, era nómada y por ello, tenía unas necesidades muy diferentes para poder sobrevivir. Estas incluían sobre todo un gran sentido de la comunidad. Cuando hay que enfrentarse a las adversidades del entorno con unas herramientas bastante precarias, lo único que nos permitirá sobrevivir será protegernos y apoyarnos unos a otros. “La unión hace la fuerza” y cada uno aportará al grupo, a la comunidad todos sus conocimientos y habilidades. Se valora a las personas por ser especialmente bueno en algo, por ejemplo, saber mucho de plantas curativas, ser muy rápido (para alcanzar una presa o huir de una amenaza), ser muy fuerte (para enfrentarse a un animal salvaje), ser hábil (para elaborar buenas herramientas), ser un estratega (para elaborar un plan de caza), etc. Todo esto era extremadamente importante para sobrevivir.

En este tipo de sociedades no era necesario tener un líder o jefe único, ni una jerarquía. Líderes o jefes eran quienes en un momento o un asunto en concreto tuvieran los mejores conocimientos o habilidades. No era necesario competir entre ellos por el liderazgo porque el grupo ya se lo otorgaba en cada momento a la(s) persona(s) que consideraba(n) y valoraba(n) más apta(s). Y esto valía tanto para hombres como para mujeres porque no había división de trabajo. Todos podían participar en todos los trabajos a hacer (cazar, recolectar, curar, fabricar herramientas, cuidar, etc.) y todas estas actividades se hacían en público, en grupo. Nadie tenía que encerrarse en casa para, por ejemplo, cuidar a un bebé. El valor máximo en estas sociedades era la VIDA y todo lo que contribuía a engendrarla y conservarla. Esto automáticamente, implica otros valores imprescindibles para este fin, tales como la cooperación, la colaboración y el cuidado.

Las sociedades que se organizaban bajo estos valores eran matriarcales o, mejor dicho, matrifocales (1), puesto que no existían jerarquías (matriarcal, igual que patriarcal, implica jerarquía) y lo que más se valoraba y protegía era la unidad madre-hijo porque en ella se basaba la continuidad del grupo. Una muestra del gran valor que se daba a la mujer, especialmente a la mujer preñada, son las figuras femeninas encontradas como, por ejemplo, la Venus de Willendorf. (Nota: De ahora en adelante utilizaré el término “matrifocal” aunque luego lo sustituiré por otro que explicaré más adelante.)

Cuando estos grupos dejaron de ser nómadas, en el Neolítico, y empezaban a trabajar la tierra, comenzaron a cambiar sus necesidades y con ello, sus valores. Los grupos se hacían más grandes, la tierra ya no podía alimentar a todos y comenzaron las luchas entre ellos. Los más fuertes se podían quedar, los más fuertes conquistaban las tierras más fértiles, los más fuertes dominaban a los más débiles (hombres ricos o poderosos a hombres pobres, hombres a mujeres, adultos a niños, etc.) Eran los inicios de la competitividad, de la propiedad privada, de las guerras y de la destrucción en contraposición al valor de la cooperación y la vida. Ya no era importante ser bueno en algo para el bien del grupo, sino era importante ser el mejor, para que no te pudieran someter. Estos eran también los inicios de la competitividad como valor máximo de las sociedades patriarcales. La vida en sí, la madre y la supervivencia del grupo dejaban de ser el valor más importante. Lo único que empezaba a contar era el individuo.

Una persona fuerte, poderosa y rica tenía la capacidad, la superioridad necesaria y el derecho a someter o incluso matar al débil y pobre. En mi opinión, esta tendencia, a lo largo de la historia se ha ido intensificando y sofisticando. La historia está llena de luchas por el poder, asesinatos, guerras y sometimientos por pretextos diversos como el dinero, la propiedad, la tierra, la religión, la venganza, etc. Si competimos unos con(tra) otros es fácil también llegar a la conclusión que lo mío es mejor que lo tuyo, que soy mejor que tú, que mi nación, mi raza o mi religión es mejor que la tuya y que, por lo tanto, tengo derechos sobre ti, sobre tu vida y sobre el planeta y el universo entero. Desde este sentimiento de superioridad falso puedo exterminar a pueblos enteros, puedo crear un sistema capitalista salvaje que cada vez genera más pobreza y exclusión social y que incluso mata, o puedo, en nombre del “progreso” investigar, inventar, experimentar sin ética ninguna y puedo explotar, expoliar y devastar nuestro planeta. Todo esto lo hacen adultos que fueron criados por madres y padres patriarcales, en y para una sociedad patriarcal.

Tenemos pues, dos tipos de sociedades con sus respectivos valores: las sociedades matrifocales con sus valores femeninos de la vida, la cooperación, el grupo, la emoción y las sociedades patriarcales con sus valores masculinos de competitividad, el individuo por encima del grupo, la razón.

En este punto me parece muy importante aclarar que no identifico sociedad patriarcal o valores masculinos con el género masculino, es decir, con el hombre, ni sociedad matrifocal o valores femeninos con el género femenino, la mujer. Para nada quiero identificar al hombre como “el malo”, el que compite, el que hace guerras y a la mujer como “la buena”, la que cría, la que coopera, la que es pacificadora. Hacer esto sería absolutamente erróneo e injusto. En las sociedades patriarcales, todas las personas, tanto hombres como mujeres, que aceptan y se identifican con dichos valores como suyos, buenos y deseables son hombres y mujeres patriarcales. Las mujeres son tan patriarcales como los hombres o puede que incluso más si pienso en cuanto más tenemos que luchar y competir y estamos dispuestas a ello, para poder conseguir el mismo reconocimiento, el mismo sueldo, los mismos derechos que los hombres y aún así, parece que siempre quedamos por debajo de ellos. Y si alguna consigue un cierto estatus o un cierto poder, estoy pensando por ejemplo en mujeres ejecutivas, políticas, etc. ¿a qué precio?

Llegado aquí, me pregunto varias cosas: ¿realmente, queremos conseguir lo mismo que los hombres?, ¿cuál es nuestra identidad?, ¿cuales son nuestras necesidades desde lo femenino?, ¿qué es lo femenino?, ¿no estamos moviéndonos hacia unos objetivos que muy poco tienen que ver con nosotras?, ¿estamos en el camino correcto?, ¿sólo podemos conseguir un reconocimiento social si somos más competitivas que nadie o si somos más patriarcales que nadie? Sé que hay muchas mujeres que están cansadas de tener que ser las superwomen, las que hacen carrera, las que crian a los hijos y que llevan su casa. Pero también hay muchísimos hombres cansados de tener que mostrarse siempre más fuertes, más poderosos, más inteligentes, más, más y más de todo. Somos hombres y mujeres cansados de la sociedad patriarcal y de los valores asociados a ella.

Pero la peor parte de este tipo de sociedad se la llevan los niños. Desde el momento de la concepción, durante la gestación, en el parto hospitalario, durante los primeros meses y años de vida y en el sistema educativo, desde la educación infantil hasta secundaria, los tratamos como a adultos en miniatura, sin respetar sus necesidades vitales más básicas. Así, generamos futuros adultos intelectualizados, sometidos, adaptados a una sociedad enferma, desconectados de ellos mismos, de su identidad y de su verdadera naturaleza, infringiéndoles graves heridas emocionales y corporales (*). Aplicar los valores patriarcales en la educación es una autentica tortura para ellos. Citando a Wilhelm Reich en The murder of the Christ, “La civilización comenzará el día en que la preocupación por el bienestar de los recién nacidos prevalezca sobre cualquier otra consideración.”

Esta última incluye también, los “derechos” de la mujer. El niño es el eslabón más débil en esta cadena de opresión y sumisión patriarcal. Para salir de esta situación, hombres y mujeres tenemos que unirnos para priorizar la protección de los “derechos” del niño (ONU, OMS, UNICEF). Si las mujeres sólo tenemos en mente nuestra emancipación patriarcal, a costa de los valores matrifocales, estamos yendo en contra de nuestra naturaleza y en contra de los niñ@s. El camino a seguir tiene que ser radicalmente opuesto. Como dice Evânia Reichert, “La paz en el mundo empieza en el vientre de la madre” (2).

Quizás, lo que más confunde y más controversia despierta es la utilización de los términos matrifocal y patriarcal, valores masculinos y femeninos, etc. Comúnmente, se utilizan así, sin poder dejar de lado el tema de hombres y mujeres. Pero puesto que todos, hombre, mujeres y niños sufrimos bajo este tipo de sociedad y no quiero ponernos unas contra otros, de ahora en adelante y siempre y cuando tenga sentido, quiero sustituir “valores matrifocales” por “valores asociados a la vida”. Creo que explica mucho mejor lo que realmente quiero expresar aquí.

Puesto que los valores como la cooperación, el cuidado, la emoción, etc. históricamente se asocian a la mujer, también deberían estar íntimamente relacionados su identidad. Pero en algún lugar del camino renunciamos a parte de nuestra identidad. Nosotras permitimos que se le quite valor, incluso se lo quitamos nosotras mismas. Tan poco vale lo femenino, que a una mujer o a un hombre que se queden en casa a cuidar a su hijo o a una persona mayor se les mire con pena o condescendencia. Tan poco vale, que todos los trabajos de cuidados y crianza se tienen que realizar en casa, a escondidas del resto de la sociedad. (3) No son remunerados si se hacen en el propio hogar y si se realizan como un trabajo fuera de casa (por ejemplo en un geriátrico) son uno de los trabajos peor remunerados. ¿Tan poco vale una vida en nuestra sociedad que una persona que se dedica a cuidarla se recluye en el aislamiento y la dependencia económica? ¿Tanto más importante es acumular dinero y poder? ¿Qué es más valioso y ético, cuidar y respetar la vida o tener un alto estatus social?

Aunque no quiera asociar la sociedad patriarcal al hombre y viceversa, creo que la sociedad patriarcal está hecha inicialmente, en su origen neolítico, por el hombre que se impone a la mujer, se pone por encima de ella, la deja sin derechos, etc. e impone sus valores por encima de los valores asociados a la vida. Pero las mujeres lo permitimos aceptando los valores masculinos como mejores, convirtiéndonos en mujeres patriarcales. En este momento perdemos nuestra identidad como mujeres. Es como una especie de “síndrome de Estocolmo”.

En las sociedades matrifocales paleolíticas, hombres y mujeres vivían con los valores asociados a estas, pero las mujeres respetaban al hombre con su identidad y los niños también se criaban de acuerdo con su desarrollo natural, porque respetar la vida también significa respetar la identidad de cada uno. Creo que la vuelta a los valores asociados a la vida se debe iniciar con la vuelta de la mujer a sus orígenes y a su verdadera identidad. Esto nos daría la fuerza y la seguridad necesarias (*) para que también los hombres puedan volver a estos valores, sin dejar de ser hombres por ello, porque los valores asociados a la vida también son buenos para ellos.

Los valores patriarcales que dominan la sociedad actual se encuentran en todos los ámbitos de nuestra vida: la crianza de los hijos, el sistema escolar, el mundo laboral, el sistema sanitario, gran parte de la psicología, de la pedagogía, etc., la cultura y el deporte, la política, el sistema económico, la arquitectura, la urbanística y las relaciones humanas en general, incluida la sexualidad. (*). Sería muy largo explicar aquí para cada caso, cómo influyen los valores patriarcales en estos ámbitos. Me lo propongo como puntos a elaborar en un futuro, pero quiero anticipar aquí que el dominio de la competitividad, de la eficacia, del rendimiento, del dinero, del poder etc. en todos estos ámbitos hace nuestra vida más dura y mucho menos humana. “El hombre es un lobo para el hombre” decía Hobbes popularizando una locución latina de Tito Macio Plauto aunque creo que esto sólo es válido en sociedades en las que predominan los valores patriarcales.

Me gustaría concluir estas reflexiones con una propuesta. Esta se inicia con la búsqueda, recuperación y revalorización de los valores asociados a la vida perdidos e infravalorados. Desde luego, no se trata de volver al paleolítico, pero sí de elevar estos valores al nivel que les corresponde. El predominio de los valores patriarcales es el origen de todos los males de nuestra sociedad, puesto que sólo una sociedad que valora por encima de todo el éxito y el poder es capaz de atentar contra las vidas humanas y contra nuestro planeta. Para salvar la vida necesitamos urgentemente volver a recuperar los valores asociados a esta, que es lo mismo que decir que necesitamos volver a conectar con nuestro instinto de vida. Necesitamos una revolución social matrifocal (evidentemente, no violenta porque sería una contradicción en sí) para hombres y mujeres que por encima de todo valoren el respeto a la VIDA.

Esta revolución debería tener lugar a la vez en todos los ámbitos de la vida: la economía, la política, la educación, la familia, etc. En muchos lugares ya está en marcha: hay grupos de crianza y educación respetuosa, grupos de lactancia, casas de parto, personas que eligen un parto natural; hay bancos de tiempo, cooperativas que fomentan la economía y el consumo local, la banca ética, etc. Esta revolución tiene que ser iniciada y llevada por mujeres y hombres con conciencia matrifocal y que sientan estos valores profundamente dentro de ellos (*); hombres y mujeres que no quieran imponer jerarquías (*); mujeres y hombres que busquen relacionarse con todo ser vivo desde el respeto máximo y que quieran regresar a la MADRE que es (el origen de) la vida.


(*) Todos los apartados o frases marcados con un asterisco requieren de mayor explicación que iré elaborando próximamente.


Brigitte Burchartz
Terapeuta en Integración Psico-Corporal
Tel.: 687 243 753
www.terapia-psico-corporal.com


Referencias en el texto:

  1. Casilda Rodrigañez, “El asalto al hades” 2ª reimpresión, 2004, pags.: 57-62
  2. Evânia Reichert, “La paz en el mundo empieza en el vientre de la madre”, La Vanguardia, La Contra 18.05.2011
  3. Massó Guijarro, Ester (Instituto de Filosofía -CSIC) “La lactancia materna como catalizador de revolución social feminista (o apretando las clavijas al feminismo patriarcal): calostro, cuerpo y cuidado.” Comunicación presentada en el XLVIII Congreso de Filosofía Joven: “Filosofías subterráneas”, Donostia-San Sebastián, 4-6 mayo 2011
 Bibliografía:
  •  Capra, Fritjof. “La trama de la vida”, ed.: Anagrama, 1998, Barcelona
  • Costa, Marc. “Apuntes de formación en Integración Psico-Corporal”, Barcelona, 1999-2006
  • Hüther, Gerald. „Männer“, ed. Vandenhoeck & Ruprecht GMBH, 2009, Gotinga
  • Massó Guijarro, Ester (Instituto de Filosofía -CSIC) “La lactancia materna como catalizador de revolución social feminista (o apretando las clavijas al feminismo patriarcal): calostro, cuerpo y cuidado.” Comunicación presentada en el XLVIII Congreso de Filosofía Joven: “Filosofías subterráneas”, Donostia-San Sebastián, 4-6 mayo 2011
  • Naranjo, Claudio. “La mente patriarcal“, ed. RBA libros, 2010, Barcelona-
  • Reichert, Evânia. “La paz en el mundo empieza en el vientre de la madre”, La Vanguardia, La Contra 18.05.2011
  • Rodrigañez, Casilda. “El asalto al hades” 2ª reimpresión, 2004, Alicante
  • Rodrigañez, Casilda y Cachafeiro, Ana. “La represión del deseo materno y la génesis del estado de sumisión inconsciente”, ed. Virus, 2005, Barecelona

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