domingo, 25 de noviembre de 2012

Las relaciones de pareja


El individuo y la pareja

Autora: Brigitte Burchartz
Colaboración: Isabel Mauricio
Dibujos: Esperanza Pérez Burchartz

¿Por qué nos cuesta tanto la relación de pareja? ¿Por qué discutimos por cosas aparentemente sin importancia? ¿Por qué unos aguantan en una relación lo que sea y otros se separan a la primera dificultad? ¿Por qué hay personas que en una discusión enseguida se ponen a gritar o se ponen agresivos y otras se callan o se van? ¿Por qué hay gente que sabe lo que quiere y no se pierde delante del otro y por qué otros no consiguen nada y se quedan con la frustración? ¿Qué puedo hacer para ser feliz en mi relación de pareja?
Todas estas preguntas y muchas más, nos habremos hecho más de uno a lo largo de nuestra vida. La respuesta no es fácil, y conseguir una buena relación de pareja es un trabajo de una dedicación continua.

De entrada hay que tener claro que el ser humano por naturaleza es un ser relacional. No le gusta estar sólo. Para comprender por qué entonces nos cuesta tanto estar en pareja hay que buscar en los inicios:
Nuestros orígenes se sitúan en el momento de la concepción. En el útero materno establecemos nuestra primera relación de pareja y va a ser muy importante para nuestro futuro, cómo vamos a ser acogidos y cómo nos vamos a ir desarrollando en él.
También al nacer somos muy frágiles. Dependemos totalmente de nuestros padres. Si éstos no nos cuidan, morimos. Durante los primeros meses de vida somos casi incapaces de movernos hacia los demás o de “cogernos” al otro. Estamos totalmente a merced de nuestros cuidadores, de su capacidad de protegernos, de comprendernos y de darnos todo el afecto que necesitamos.
Dependiendo de estas experiencias tempranas y de cómo las integramos, estableceremos estilos y formas diferentes de relacionarnos.
Desde nuestra más tierna infancia nos acostumbramos a adaptarnos al otro para obtener su reconocimiento y su aprobación, y para que nos acepte y nos quiera, sin tener en cuenta lo que nos pasa. Lo más importante para el niño es tener a sus padres, cueste lo que cueste. Nos olvidamos de nuestras propias necesidades y rápidamente comprendemos y anticipamos lo que se espera de nosotros. Incluso, a veces, nos hacemos cargo del otro. Cada uno a su manera y con su propio estilo aprende a perderse con el otro para no perderlo.
Para no sentir esa pérdida de nosotros mismos y para poder soportar las frustraciones que experimentamos, aprendemos a transformar nuestras emociones. De esta manera no las sentimos y nos protegemos del dolor que implicaría percibirlas. Pensamos que nos estamos haciendo fuertes, pero en realidad nos estamos haciendo duros para esconder nuestra vulnerabilidad.
Así, cada persona tiene una historia y unas experiencias personales y únicas con las que ha hecho su particular aprendizaje y con las que ha desarrollado un estilo propio de relacionarse. Con nuestra(s) pareja(s) volveremos a repetir ese estilo de relación ya conocido, incluso aunque no sea muy positivo, porque es el único estilo y la única manera que conocemos; es lo que tenemos y es nuestro.


Si pensamos en la evolución de los niños, vemos que básicamente todos tienen las mismas necesidades a lo largo de su desarrollo: tienen que sentirse acogidos, protegidos y amados, tienen que tener una buena nutrición y cuidados, especialmente también a nivel afectivo; más tarde deben tener también la posibilidad de conseguir cada vez más una mayor autonomía y que esta sea, además, reconocida por sus padres y, por último, cuando ya son mayores, tienen que poder separarse de sus padres, poco a poco, para poder salir de la familia al mundo y conquistar una independencia económica, una pareja, etc.
Si no tenemos esas necesidades básicas cubiertas, llegamos a la adolescencia y a la edad adulta con unas carencias más o menos graves que luego solemos adjudicar a la pareja con el deseo de que nos llene esos agujeros que traemos desde la infancia. Intentaremos que la pareja nos dé aquello que no nos dieron en su momento. Nos atraen las personas de las que sentimos inconscientemente que nos podrían llenar ese vacío, aunque eso no sea real, y nos enamoramos de ellas. Entonces, el hecho de enamorarse significa que no vemos realmente quién es la otra persona, sino sólo vemos en ella lo que queremos ver y lo que nos podría dar desde nuestra propia necesidad. De esta manera va a ser muy difícil, sino imposible, que podamos tener en cuenta a nuestra pareja. De una forma u otra, cada persona con su estilo propio aprendido, le estaremos pidiendo y exigiendo a la pareja que cumpla con lo que esperamos de ella, pero no la estaremos respetando. Además, nuestra pareja también tiene su propia historia y sus experiencias que aportará a la relación. Entonces es de esperar que nuestra pareja haga lo propio con nosotros, también nos pedirá que le cubramos sus carencias. ¿Cómo nos vamos a poder relacionar de esta manera? Así ya no habrá entendimiento posible.

¿Pues, si todo esto es tan complicado, qué podemos hacer? ¿Cómo podemos conseguir establecer una relación de pareja de igual a igual, desde el respeto y el amor?
Básicamente, hay tres puntos a tener en cuenta que se corresponden a los tres elementos que componen la pareja: yo, el otro y la pareja en su conjunto.
YO: Lo primero, y lo más importante, es conocerse uno mismo. Tengo que saber cuáles son mis carencias, qué espero de mi pareja y por qué. Tengo que saber qué me molesta, qué me emociona, qué me enfada, qué me pone triste y por qué. Conocer el porqué de todo ello es esencial para la relación de pareja. Si comprendo por qué me pasan las cosas, por qué unas cosas me afectan más, otras menos y otras nada, puedo explicárselo a mi pareja y me puede comprender. Me podré situar delante de ella sin perderme. A la vez, saber por qué ciertas cosas me afectan me sirve para poder comprenderme mejor a mí mismo/a. Me puedo dar cuenta de mis carencias, de mis emociones, de mi estilo de relacionarme y me puedo hacer responsable de todo ello. No tengo que hacer responsable a mi pareja de lo que me pasa o de lo que me falta. Sé lo que es mío y de donde me viene y puedo separar mi historia y mis carencias de la relación con la pareja.
Al revés, la pareja debe hacer este mismo trabajo para sí misma, tomar conciencia de su historia, de sus carencias y de su estilo de relacionarse.
EL OTRO: Respecto al otro, es decir, mi pareja, es importante querer conocerla realmente. Anteriormente hemos dicho que al enamorarnos no vemos al otro en su totalidad, sino que sólo vemos lo que queremos ver en él. Para que la pareja funcione tenemos que estar dispuestos a comprenderla con todo lo que aporta a la relación: sus carencias, su estilo de relacionarse, etc. También tenemos que estar dispuestos a aceptar y a respetar a la otra persona con todo ello, tal como es, sin querer cambiarla. Además, tenemos que aprender a ver y comprender al otro sin perdernos de vista a nosotros mismos (véase el punto anterior: yo)
LA PAREJA: En lo referente a la relación conjunta de la pareja, ambos deben tener claros el proyecto que tienen en común. Deben hablar, negociar y llegar a acuerdos respecto a ello: ¿Quieren tener (más) hijos o no? ¿Si los quieren tener, cómo se imaginan la educación y la relación con sus hijos? ¿Cómo quieren manejar el tema de la fidelidad? ¿Qué prioridad tiene para ellos el trabajo, el dinero o llegar a cierto estatus social delante de la relación y el tiempo que dedican a la pareja? ¿Qué significa respetarse para ellos? ¿Qué importancia dan a las amistades? ¿Necesitan disponer también de tiempo libre para cada uno por separado o prefieren hacer todas las actividades siempre con la pareja?, etc. Para que la pareja pueda negociar todos estos puntos, es necesario que ambos tengan mucha conciencia de sus propias necesidades y que puedan hablarse con toda sinceridad y sin miedo a las reacciones del otro.
Otro aspecto muy importante a tener en cuenta para la pareja es que ambos sepan cuales son sus temas de conflicto más frecuentes e importantes y que aprendan conjuntamente a manejarlos. Todo ello es algo que no se consigue fácilmente. No es un trabajo ni sencillo ni rápido, sino que requiere de ambos un alto grado de implicación, tiempo y dedicación.

Hay parejas que consiguen resolver sus conflictos y llegar a acuerdos muy equitativos y aceptables para los dos, sobre todo si la base de su relación es el respeto mutuo. Pero en muchos casos la pareja sólo resiste porque, por lo menos uno de sus componentes, está muy habituado a aguantar lo que sea y a olvidarse de sí mismo. Aunque esto tampoco lo suele hacer gratuitamente. Generalmente, esa resignación y ese aguante luego afloran de alguna manera y se convierten en reproches, malestar anímico y/o físico y discusiones estériles e incluso, a veces, violentas. Si es así como funciona la pareja, y no consiguen resolver sus conflictos, deben buscar ayuda terapéutica. Convendría que sea un tipo de ayuda que se fijara especialmente en los primeros dos puntos (yo y el otro) porque es imposible hacer funcionar una pareja si sus componentes no se conocen profundamente a sí mismos. Sólo puedo comprender, respetar y amar a otra persona si me comprendo, respeto y amo a mí mismo/a.
  
Brigitte Burchartz
Terapeuta en Integración Psico-Corporal
Barcelona
Tel.: 687 243 753
Mail: bburchartz@hotmail.com 

sábado, 24 de noviembre de 2012

¿Qué es la Integración Psico-Corporal y cómo se trabaja?



Siempre me ha parecido muy difícil poder transmitir qué es la Integración Psico-Corporal y cómo trabajo. Es tan difícil porque todas las personas somos únicas y, por ello, cada proceso terapéutico es distinto. Es algo que realmente no se puede explicar con palabras, sino se tiene que vivir y experimentar. Así que lo mejor será que te sitúe en la sala de terapia. Es un espacio amplio, con muchos cojines y con uno o dos colchones en el suelo. No trabajo ni con camilla, diván o mesa de escritorio o sillas. No hay nada en la sala que pueda limitar el movimiento. De hecho, las personas que acuden a terapia pueden hacer, decir y expresar absolutamente todo lo que quieran con total libertad. El respeto profundo hacia la persona es uno de los fundamentos de esta psicoterapia. No se juzga ni se interpreta nada de lo que hace el paciente, ni se dan consejos o soluciones. Ningún terapeuta puede saber por qué una persona es como es o hace lo que hace. Sólo la misma persona lo puede saber. Si confío en la fuerza de la vida, sé que todos los seres humanos tienen la clave, para encontrar las mejores soluciones para ellos mismos y lo que es bueno para mí, no necesariamente le tiene que servir a otra persona. Si una persona acude por su propia decisión a terapia, es porque está realmente motivada para volver a encontrarse a sí misma y porque debe sentir algo de esa fuerza vital en su interior. Mi tarea es acompañarla en ese proceso de reencuentro, apoyarla y, si se da la ocasión, ayudarle a experimentar vivencias reparadoras.

La relación terapéutica


Para que todo lo anterior sea posible, es muy importante que podamos establecer una buena relación terapéutica (es decir, entre terapeuta y paciente). Igual que fuera de la terapia, también dentro de ella, las relaciones auténticas, las que se basan en una confianza profunda, se construyen poco a poco. Nadie puede fiarse plenamente de otra persona si no la conoce y ha podido comprobar que no le va a hacer daño, sino que está allí de verdad, con el único fin de ayudarle y de apoyarle.

Casi todas las personas hemos sido juzgadas, criticadas o nos han dejado sólos. Para protegernos de estas “agresiones” hemos tenido que aprender desde pequeños a modificar nuestra manera de ser para sentirnos aceptados y queridos. Aún así, la amenaza de sentirnos descalificados, abandonados y no queridos estaba siempre presente y nos hacía desconfiar de los demás. En un proceso terapéutico, hemos de aprender que el terapeuta nunca nos juzgará ni nos abandonará, y que podremos confiar en él plenamente, especialmente cuando nos encontramos delante de un conflicto.

La relación entre cuerpo y mente en la terapia profunda


Quizás debería haberlo explicado ya desde un principio, pero todo ésto es tan importante porque aquí se trata de una psicoterapia profunda. Es profunda porque pretende llegar al origen o a los orígenes de nuestros problemas, conflictos y malestares. A veces, las causas y explicaciones de lo que nos pasa se pueden encontrar en la actualidad, pero si buscamos un poco, seguro que encontramos muchas más causas y explicaciones en nuestro pasado, en nuestra adolescencia, en nuestra infancia y, por qué no, cuando éramos bebés o cuando estábamos aún en el vientre de nuestra madre. Claro, vas a decir, de esto no se acuerda nadie. Es cierto, nuestra mente seguramente no se acuerda. Olvidamos casi todo lo que tiene que ver con nuestra infancia y no decir ya de antes, pero, aunque nuestra mente no se acuerde, nuestro cuerpo sí tiene memoria. Hoy en día hay suficientes estudios que lo demuestran y nuestra vida empezó cuando éramos un puñado de células. Si a lo largo de nuestro proceso terapéutico conseguimos volver a conectar nuestra mente, con nuestro cuerpo y con nuestras emociones, es posible que podamos recuperar muchas sensaciones vividas en situaciones aparentemente olvidadas. Estas sensaciones pueden ser muy valiosas para nosotros porque nos permiten darnos cuenta lo que hubiéramos necesitado en esos momentos, cuáles eran y son nuestras carencias y qué podemos hacer para obtener algo de placer y satisfacción respecto a esos temas.

No todas las personas quieren entrar tan profundamente en su historia. Cada uno decide hasta qué punto quiere profundizar y cuándo considera que ha llegado a su límite personal, cuándo se siente mejor, bien o sano, y cuándo quiere dejar su proceso, pero en todos los casos hay que lograr establecer la conexión entre la mente, el cuerpo y las emociones de la persona. Vamos a ver cómo esto se consigue:

El proceso terapéutico y el trabajo con las emociones


En los inicios de un proceso terapéutico, la mayoría de las personas están sobre todo con la palabra. Explican sus problemas, sus conflictos relacionales, sus pensamientos e ideas. Todo esto es muy importante porque nos ayuda a conocernos, a cobrar conciencia de lo que ocurre y por qué, pero ¿qué pasa con las emociones? Todo lo que nos pasa en la vida va acompañado por una emoción o varias. ¿Sabemos en cada momento cuál es? Seguramente no. En nuestra sociedad, lo de sentir emociones y encima expresarlas está generalmente mal visto. Ya desde niños nos enseñan que es mejor no mostrarlas. El niño que está triste y llora es un llorón, el que tiene miedo un miedica y cobarde, el que se enfada dicen que tiene pataletas y que es un maleducado y un niño que está muy alegre y activo se le amenaza con “¡ya verás, para, o te vas a hacer daño! Te caerás y luego llorarás”. Lo que se espera de nosotros es que nos criemos con un “encefalograma emocional plano”.

No sabemos lo que sentimos y en la terapia, esa es una de las primeras cosas que tenemos que volver a aprender (porque de niños ya lo sabíamos).

Pero no sólo se trata de saberlo, sino realmente hay que sentir las emociones y expresarlas libremente. Las emociones se sienten en el cuerpo y también necesitamos de este, para expresarlas. Una de las posibles experiencias reparadoras que se pueden vivir en la terapia es sentir el derecho a esa expresión emocional y corporal y además, acompañado por el terapeuta que, no sólo no te juzga por lo que sientes y expresas, sino que al mismo tiempo, te ayuda, para que tu expresión pueda ser libre.

A menudo, cuando una persona se plantea el hecho de  querer expresar sus emociones surgen miedos y bloqueos mentales y corporales que son la consecuencia lógica de ese tabú social y/o familiar de expresarlas. En las sesiones se trabaja a nivel cognitivo y corporal para ayudar a superar dichos bloqueos.

Aprender a ser nosotros mismos y sentirnos libres


Nos pasamos la vida controlándonos y aguantándolo todo, para no llamar la atención negativamente, para no ser diferentes o raros y para no hacer nada que socialmente no sea aceptado o valorado. Desconectarnos de nuestras emociones y aguantarnos cualquier tipo de expresión emocional es un trabajo muy duro que todos hemos tenido que hacer en mayor o menor grado. Como ya he dicho anteriormente, las emociones se viven en el cuerpo y se expresan con él, pero si nos las tenemos que aguantar y no las podemos expresar se quedan dentro de nosotros. Es lo que realmente hace daño a nuestro cuerpo y, a la larga, nos enferma.

Los seres humanos somos animales sociales. Necesitamos a los demás, pero no nos han enseñado a relacionarnos bien. Nos han enseñado a olvidarnos de nosotros mismos y a hacer lo que se espera de nosotros sin rechistar. Nos han explicado lo que es bueno y lo que es malo para nosotros sin tenernos en cuenta. Para aprender a relacionarnos mejor, lo primero que tenemos que hacer es recuperarnos a nosotros mismos. Tenemos que saber distinguir y sentir lo que profundamente necesitamos y lo que de verdad es bueno para nosotros, sin que otros nos lo digan, y tenemos que tener la tranquilidad necesaria para hacer lo que realmente sentimos como positivo para nosotros, sin permitir a nadie que nos juzgue por ello. Sólo si aprendemos a querernos y a respetarnos podemos querer y respetar a los demás genuinamente.

Esa es una de las posibilidades que nos abre la Integración Psico-Corporal, pero puedes descubrir muchas más, puesto que, como he explicado al inicio, cada proceso terapéutico es diferente, personal y único. A mí, me gustaría mucho poder acompañarte en el tuyo.

Autora: Brigitte Burchartz
Terapeuta en Integración Psico-Corporal
Tel.: 687 243 753
www.terapia-psico-corporal.com
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